El cuello uterino, también conocido como cérvix, es la parte inferior del útero que forma el canal que lo comunica con la vagina. La mucosa que recubre el cérvix está en continuidad con la vagina y se denomina ectocérvix, mientras que la que recubre el canal cervical que lleva hasta la cavidad del cuello uterino se denomina endocérvix. La mayoría de tumores de este tipo surgen en la zona donde se unen estas dos mucosas, dando lugar a carcinomas de las células escamosas. Se produce debido a que las células del cuello del útero comienzan a transformarse de manera irregular y crecen sin control.
Este tipo de cáncer es más frecuente en mujeres entre los 40 y los 55 años de edad. Es el sexto cáncer más frecuente en España.
Se pueden distinguir dos tipos de cáncer de cérvix dependiendo del origen del tumor:
- Carcinoma epidermoide: Localizado en el ectocérvix y el fondo de la vagina. Se da en el 85% de los casos.
- Adenocarcinoma: Se origina en las células situadas en el canal cervical, en el interior del cuello uterino. Tan solo se da en el 15% de los casos.
Aunque como en la mayoría de los tumores no se conocen las causas que lo desencadenan, si se conoce la existencia de una serie de factores de riesgo relacionados. El más importante es el virus del papiloma humano que se transmite mediante las relaciones sexuales. Hay que destacar que la mayoría de las infecciones por este virus se resuelven espontáneamente y solo en unos pocos casos progresan a alteraciones malignas. Otros factores de riesgo son:
- Consumo de tabaco.
- La promiscuidad sexual.
- Edad precoz de inicio de relaciones sexuales.
- Mujeres con sistema inmunológico debilitado.
- Mujeres con herpes genital.
- Utilización de anticonceptivos orales.
Los síntomas suelen aparecer cuando el cáncer ya se encuentra en estadíos avanzados, normalmente cuando se ha extendido a otros tejidos y órganos. Las manifestaciones mas frecuentes son:
- Sangrado leve entre las menstruaciones.
- Dolor al mantener relaciones sexuales.
- Sangrado menstrual más largo y abundante.
- Sangrar después del coito o durante un examen ginecológico.
- Aumento de la secreción vaginal.
- Sangrado postmenopausia.
Para realizar un diagnóstico, las pruebas de Papanicolaou pueden detectar de forma exacta y poco costosa el 90% de los cánceres de cuello uterino. Se recomienda a las mujeres someterse a estas pruebas cuando comienzan a ser sexualmente activas y que las repitan anualmente. En caso de sospecha se puede realizar una biopsia uterina. Existen dos clases:
- Biopsia en sacabocados: Se extrae una diminuta porción del cuello uterino que se selecciona visualmente mediante un colposcopio.
- Legrado endocervical: Se raspa el tejido del canal del cuello inaccesible visualmente.
La elección del tratamiento dependerá del tamaño del tumor, de su localización y del estado del paciente y su intención de procrear.
Las opciones más frecuentes son la cirugía y la radioterapia, aunque en algunas ocasiones también se pueden someter a quimioterapia.
- Cirugía: Dependiendo del estadío de la enfermedad y la extensión del tumor se pueden realizar distintos tipos de cirugías:
- Conización: Es una biopsia en cono que se realiza si el cáncer es microinvasivo.
- Cervicectomía radical o traquelectomía: Se utiliza para extirpar el cuello uterino y dejar intacto el útero, aunque se diseccionan los ganglios linfáticos pélvicos. Siempre que sea posible gracias al tamaño del tumor y la mujer quiera conservar su fertilidad, se utilizará esta técnica.
- Histerectomía: Puede ser simple o radical. Esta última incluye la extirpación de útero, cuello uterino, parte superior de la vagina, el tejido que rodea al cuello uterino y los ganglios linfáticos pélvicos.
- Exenteración pélvica: Es la más agresiva de todas. Se extirpa útero, vagina, colon inferior, recto y/o vejiga, si el cáncer se ha diseminado tras la radioterapia.
- Radioterapia: Puede utilizarse sola o en combinación con la quimioterapia. Puede tener efectos secundarios como cansancio, piel seca, pérdida de apetito, náuseas, vómitos, molestias urinarias y diarrea.
- Quimioterapia: Suele administrarse para eliminar las células malignas por vía intravenosa. También tiene efectos secundarios. Los más comunes son náuseas, vómitos, diarrea, fatiga, pérdida de apetito, leucocitos o hemoglobina bajos, sangrado o hematomas, adormecimiento o cosquilleo de manos y pies, dolor de cabeza, pérdida de cabello...
La prevención de este tipo de cáncer es posible a través de la detección precoz de alteraciones celulares en la citología y administrando la vacuna contra el virus del papiloma humano.
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